La aspiración de algunas ideologías a establecer una cátedra de sabiduría sobre cualquier materia me provoca una gran aprensión. Sobre todo en la medida en que intentan ocupar espacios de decisión que corresponden tan sólo a la esfera personal íntima -y libérrima- de la persona individual.
Además, cual moderna Inquisición laica, también señalan y condenan a todo aquel que se aparta de su programa de alienación mental.
Desgraciadamente son muchas las ocasiones en que nos encontramos a partidos y representantes políticos presentando discursos que pretenden establecer dogmas de fe -como los que critican- sobre temas tan dispares como la energía nuclear o el aborto libre.
Esas ideologías han conducido a la humanidad a callejones sin salida en innumerables ocasiones. La hipocresía extrema de sus creadores -Marx, Engels...- y de muchos de sus representantes convertidos en falsos profetas -el Che Guevara o Hitler, por ejemplo- han llegado a intentar justificar la tortura y la muerte.
Por eso tengo claro que progreso, en el plano ideológico, significa no deificar, ni idolatrar las ideas elevadas al rango de dogma.
A fin de cuentas las buenas ideas son aquellas que permiten al hombre vivir en consonancia con el mundo que le rodea, sin estridencias, en una sociedad del bienestar y del conocimiento. Facilitar esa forma de vida debe ser la obligación y el objetivo de las ideologías y los partidos.
Eso exige mentes libres que recuperen el concepto clásico del mundo: "el Hombre es la medida de todas las cosas".
El ser humano es y reclama eso. Y luego, por supuesto que cada cual crea en lo que quiera, para eso nacemos libres.